lunes, 20 de octubre de 2008

'Números redondos', por Raúl Rivero, en El Mundo, 27 de Septiembre de 2008

A José Lezama Lima le gustaban los ceros, los números tres y los nueves porque pensaba que en las esferas había una proximidad con la perfección, con la bola del mundo y con el infinito. Un pequeño grupo de poetas argentinos se presentaron esta semana en Bogotá en una antología que, al menos por su título, habría recibido la aprobación del autor de Paradiso. Se llama 9 de 9.
Es una muestra de los más jóvenes poetas, los novísimos, que viven y escriben en aquella nación enorme donde todavía se lee (y se leerá) a Jorge Luis Borges y a la que Juan Gelman canta desde México.
La selección, lanzada en una entrega especial de la revista Arquitrave, es de los escritores Graciella Ester Zanini y César Bisso. Escogieron representantes de regiones argentinas, todos menores de 40 años, para organizar un coro donde se pueden distinguir las voces personales de cada uno de los autores.
Zanini y Bisso escriben una nota introductoria con estudios y breves reseñas del estilo y el perfil de los poetas.
«Nadie está exento de arbitrariedad cuando debe realizar una acotada selección de poetas, enmarcados en un determinado fragmento etario. Sobre todo en un país gozante de la calidad de tantos jóvenes creadores», dicen los presentadores, «por eso no queremos hablar de merecimientos y sólo decir que, más allá de los nombres que están y de otros nombres que no pudieron estar, hemos querido reflejar la sustancia de escrituras disímiles entre sí».
Los poetas expuestos a la natural controversia y las escaramuzas verbales que convocan, desde Homero, estas antologías son Adrián Campillay, Alicia Salinas, Andrés Cursaro, Claudia Masin, Javier Foguet, María Julia Magistrati, Claudia Jiménez, Rodrigo Galarza y Silvio Mattoni.
Algunos poetas viejos y consagrados, que fueron alguna vez soñadores vates adolescentes, dicen que el primer paso firme para comenzar a ser un poeta verdadero es que le quiten los adjetivos. Que los dejen desnudos en la blancura de la página, sin ninguna palabra que los proteja o justifique, solos con el desafío de convocar la emoción.
Vamos a ver de los 9 de 9 cuántos alcanzan esa soledad.

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