lunes, 20 de septiembre de 2010

Andrés Mencía, 'Y vuelves una y otra vez a detenerte'(y fin)

Odiaba a mi madre algunas veces,
sobre todo los domingos
que me vestía de payaso
y me prohibía manchar los pantalones,
pero también la odiaba
si pasaba Casasola
delante de la puerta
con el burro colmado de manzanas
y ella no me dejaba
aligerar la carga,
nunca podré entender
que ella fuera a prohibirme
la exploración de las fiestas
y de los mandamientos,
o que me amenazara con mi padre
cada vez que me asomaba a los pozos,
pero ha pasado el tiempo
y ya me cuesta menos
perdonar su ortopedia
y sus engaños
porque cada día que pasa aprecio más
que me enseñara con ahínco
a volver a sus brazos
cuando tenía miedo.


Las amapolas brotan multitud
y son cohibidas
y tan rojas por miedo,
las hormigas son muchas y trabajan
por la misma razón,
su miedo es su tamaño,
demasiado ostentoso
para esconderse siempre del gorrión
y demasiado pequeño
para hacerle frente,
la multitud sin embargo protege
el hormiguero,
y lo mismo sucede
con la abeja y los ñus
y las sardinas
y los enebros y las margaritas,
el miedo es muy creativo,
incluso las estrellas
son multitud para no verse solas
en el abismo,
o las gotas de agua, tan vulnerables
que las asusta el sol,
se juntan en las nubes obstinadas
por tener compañía,
¡y lo que no inventaron
esas gotas de lluvia con juntarse!,
el asombro de esta vida que zumba,
por poner un ejemplo,
y hasta los submarinos,
todo es obra de esas gotas tan tímidas:
pues pienso en estos miedos
de la naturaleza
y no puedo comprender que nos matemos
como la solución al miedo entre nosotros,
y ya no duermo
o me despierto más avergonzado.


Y vuelves una y otra vez a detenerte
sobre la misma tumba o en la misma cuneta,
bajo tus pies reposan los huesos de tu abuela
fusilada temprano o
los huesos de la madre que no te bautizó,
todos los huesos de tu vida o
todos los deseos que nunca fueron tuyos
porque naciste con el alma mellada,
y vuelves una y otra vez a detenerte
sin hastío aparente
sobre la misma tumba o en la misma cuneta
y todos los cadáveres, incluido tú mismo,
continúan señalándote
la dirección prohibida, la de siempre,
la única que no parece estéril,
la del deseo y la vida y la venganza
o el perdón,
y vuelves una y otra vez a detenerte...


Y niego mi derrota al padre
que abofetea a su hijo
porque el bicho se lo merecía
y niego mi derrota al maestro
que suspende al alumno
por pillo o por rebelde
y niego mi derrota al patrón
que paga al pringao que lo enriquece
a precio de mercado, o sea, poco
y niego mi derrota al juez
que condena al asesino
porque la ley organiza la vida
contra la vida o contra la clemencia
y niego mi derrota al general
que bombardea las ciudades doradas
antes de los saqueos
porque estoy convencido
que mi derrota estalla con más fuerza
y tiene más ventajas
que todas las bofetadas del padre
o los exámenes de los maestros
o la abundancia del patrón
o las sentencias violentas del juez
o el uranio que manipula el general.

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