lunes, 11 de octubre de 2010

La poesía anónima del siglo de oro se salta los convencionalismos...

de la época y su forzada corrección política que llamamos hoy (entonces saltarse la convención suponía someterse a mil vejaciones y acaso tortura), y nos dice verdad. (¡Cuántos daños nos ha hecho la iglesia católica a los españoles!) No recuerdo otro caso (menudo atrevimiento) que el de La Celestina que culminó Fernando de Rojas en que la mujer se holgase de mantener relaciones sexuales sin contemplar el matrimonio (aparte el amancebamiento con el señor de labriegas y gentes bajas, claro). En fin, soneto anónimo divertidísimo y maravilloso.


Soñaba una doncella que dormía
con un galán que amaba tiernamente,
y que él en todo andaba diligente
y descuido ninguno no tenía.

Ella, aunque mal, al fin se resistía,
diciendo: «¿Qué dirá de mi la gente?»,
en efecto cumplió con su accidente,
dando los dos remate a su porfía.

El galán la besaba y abrazaba
con más calor que un encendido leño;
lo dulce a derramar no comenzaba,

cuando se despertó, y dijo al sueño:
«¿Durar un poco más, qué te costaba,
pues para mí era gusto no pequeño?»

Anónimo

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