lunes, 7 de febrero de 2011

Sonetos de Gutierre de Cetina

¡Ay, mísero pastor!, ¿do voy huyendo?
¿Curar pienso un ardor con otro fuego?
¡Cuitado!, ¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal entiendo?

¿Do me llevas, Amor? Si aquí me enciendo,
¿tendré do voy más paz o más sosiego?
Si huyo de un peligro, ¿a do voy luego?
¿Es menor el que ahora voy siguiendo?

¿Fue más ventura el Betis, por ventura,
que era agora Pisuerga? ¿Aquél no ha sido
tan triste para mí como ese agora?

Si falta en Amarílida mesura,
¿cómo la tendrá Dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra señora?

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Sin poderse alegrar de cosa alguna,
de envidia, de ira y rabia ardiendo el pecho,
mirando la ocasión de su despecho,
en brazos de Endimión decía la Luna:

«¡Ah, dichosa Amarílida!, fortuna
que el más fiel pastor siervo te ha hecho
te asegura del mal, de quien sospecho
que si no tú, escapar puede ninguna.

Tú sola vivirás leda y contenta,
de aquel disimular de amor segura,
que en los hombres sin fe se anida y sella.»

Endimión, que oyendo esto se afrenta,
responde así: «Hizo igual ventura
a la fe del pastor, la beldad de ella.»

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