miércoles, 9 de marzo de 2011

'Sala para fumadores', poemario póstumo de Nicolás Valencia Redondo (11)

Así dicho
Carmen Otegui frente a mí,
atenta y comprometida.
Así dicho, sin palabras o con tus ojos charlatanes,
lo que parecía cae en mi tierra y germina.
Así dicho, cuando aún no sabía pese a querer comprender,
me nutres al alejarme ya de tu sala
para gozar tu silencio, como de oráculo en recuerdo, cuando
salgo a la calle. Ya lo que era, es.
Ahora sé que lo otro no era nada, nada de nada, y
que es tan ancho como el mundo el hombre y
sin embargo todo es cercanía, o sea,
lo que conocemos en el principio.
Entonces me vuelve tu sonrisa, así
limpia, y no necesito más nada,
aunque espero, respiro, espero.
Aún es de día, ya todo luce para mí.

Esto que me ocurre y se escapa
Ahora lo sé, pero no quiero nombrarlo para ti,
sería el fin.
Lo que ya sé, para mí.
Aún no puedo mostrártelo, no del todo.
Instante en que te quiero y se escapa.

El nombre del vértigo
(o lo contrario)
El vértigo siempre aparece,
es un viaje mortal: cuando caes, ya lo que era, es.
Entonces, vuelta a empezar.
Lo cierto es que a pesar de todo amanece y
los nombres brillan como estrellas limpias,
enigmáticos en su cercana lejanía:
¿Tienen carne y hueso los nombres?
Deja que te mire, si me caes bien
puede que pronuncie el tuyo y durmamos al fin,
yo, que ni nombre ni carne ni hueso ahora,
ahora que vuelo extrañado.

No hay comentarios: