jueves, 17 de marzo de 2011

'A un pino del Guadarrama', poema de Leopoldo Panero

A un pino del Guadarrama

Mi vano afán persigue
un algo entre los bosques.
Luis Cernuda
Alto pino dorado,
cumbre rota del viento,
mojando tus raíces
cerca del cauce seco,
entre las piedras frías
del Guadarrama yerto.
Aún tus ramas conservan
la memoria y el vuelo
de las hondas nevadas
y los blancos inviernos,
de las crudas ventiscas
y los aires desiertos
que las cimas desatan
en anchura de espliego
hacia el gris horizonte
resbalado en el suelo.
Alto pino que brotas
sobre el vasto silencio
de la cumbre desnuda
por donde cruza el eco
impasible del águila
tras el azul sereno
de la mañana virgen
íntima de romero.
Alto pino dorado,
fino, fragante, trémulo
de sombra y de pureza,
solitario y derecho
pino de la montaña,
cerca de Dios y lejos
de la costumbre humana,
en el fanal envuelto
de la nieve más pura,
de la nieve del puerto.

Desde la cumbre intacta
junto a la luz naciendo,
tiembla por las laderas
el verdor casi negro
de las hayas remotas
y los lueñes abetos
que al borde de los montes
juntan su movimiento
como en la mar en calma
las olas y los cielos.
Alto pino que creces,
alto como el deseo,
sobre la rota hondura
de los barrancos muertos
donde al callar se oye
el rumor de un perpetuo
manantial, de un sigilo
derramado y espeso,
de una sed que deshace
gota a gota el nevero
en pureza y olvido
imposible y secreto,
en aroma y en agua
de continuo desvelo.

Contra el alzado tronco
de tu frescor somero
la sombra se desprende
del mediodía lento,
dulce com una isla
que el agua va ciñendo
de levedad, de nieve,
de limpio azul intenso,
en desnudez de rocas
y sol: el aire terso
parece rodearte
diáfanamente ciego,
y en su avidez palpita
como marino aliento
la bruma remansada
en los oscuros senos
de la montaña, y sube
hasta ti, como un beso
de la Sierra que duerme,
dulcemente,el sosiego.
La ignorancia profunda
del corazón es eso:
brisa y luz, agua y roca,
transparencia a lo inmenso
tras de las altas cruces
del pardo cementerio
donde reposa todo
quedamente, y son huesos
las flores, tierra joven
mezclada a Dios, durmiendo.

Mecido por tu fronda,
que me empapa de céfiro,
se derrama en mi sangre
la nitidez que siento.
La distancia golpea
mi corazón entero
con el rumor del agua
matinal, con lo abierto,
con lo azul, con lo grande,
con lo alegre y lo quieto
que cae de peña en peña
levemente crujiendo.
En el espacio claro
de las cañadas veo
el color de los pinos
cambiar al sol ligero,
maravillosamente
hundido en verde tierno
hasta la azul penumbra
que enrama los helechos.
Alto pino dorado,
alto aroma sin dueño
en orilla infinita
contra los grises cerros,
contra los anchos llanos,
contra los muros yermos,
cárdenos de mañana,
cárdenos al sol puesto,
mientras la luz en ondas
se derrama latiendo
en su propio descanso
como el hombre en el sueño.

El tomillo y la salvia,
el verdor del enebro,
el benjuí de la cumbre,
la fragancia del fuego
en la flor amarilla
de los piornos resecos,
hondamente remejen
la humedad y el ensueño
que la Sierra a tus plantas
desparrama en violento
perfume de tristeza,
de amor, de sed, de tiempo.
Alto pino dorado,
alto, dorado, recto
pino del Guadarrama,
solitario en el cierzo
de la mañana limpia,
trémula en el recuerdo.
Lentamente en la tarde
la luz es como un velo
de quietud, como un agua
que se queda cayendo
tras el rumor solemne
del campo y los senderos:
y en la vertiente fría
se nos va deshaciendo,
a ti la sombra vana
y a mí mi pensamiento;
a ti la gracia frágil
de tu verdor esbelto,
y a mí dentro del alma,
dentro del alma, dentro,
donde la savia se rompe,
no sé qué dulce y viejo
dolor, no sé qué dulce
fragancia de algo eterno.
Y en la estrellada noche
que el sideral anhelo
de las cumbres levanta
como si todo el peso
del mundo se quedara
tenuemente suspenso
de tus ramas, ¡oh pino
de Peñalara!, tiemblo,
tiemblo en mi sangre rota,
mana de amor mi pecho,
crece de aroma y nieve,
tiembla desde el misterio
mi corazón, y escucho
de algo lejano y cierto
el rumor, el ramaje,
el crujir verdadero,
la soledad del bosque,
mi soledad, y rezo.

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