jueves, 29 de diciembre de 2011

Más sonetos de Quevedo

Dice, que como el Nilo guarda su origen, encubrió también el de su amor la causa y crece así también su llanto con el fuego que le abrasa
(Por ser demasiado largo este soneto, traemos aquí únicamente el primer cuarteto)

Dichoso tú, que naces sin testigo        
y de progenitores ignorados,        
¡oh Nilo!, y nube y río, al campo y prados,        
ya fertilizas troncos y ya trigo.

Compara a la hiedra su amor, que causa parecidos efectos, adornando el árbol por donde sube y destruyéndole

Esta yedra anudada que camina        
y en verde laberinto comprende        
la estatura del álamo que ofende,        
pues cuanto le acaricia, le arruina,        

si es abrazo o prisión, no determina
la vista, que al frondoso lago atiende:        
el tronco solo, si es favor, entiende,        
o cárcel que le esconde y que le inclina.        

¡Ay, Lisi!, quien me viere enriquecido        
con alta adoración de tu hermosura,
y de tan nobles penas asistido,        

pregunte a mi pasión y a mi ventura,        
y sabrá que es prisión de mi sentido        
lo que juzga blasón de mi locura.

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