miércoles, 14 de marzo de 2012

"El hombre pone y Dios dispone, o de lo que ha de ser el periodista", un artículo de Mariano José de Larra para Poesía Abierta

Perdonad que anteponga mi palabra a la de Mariano, pero el caso lo requiere.

¿A cuento de qué traemos aquí este artículo? A propósito de nuestro propio interés. No porque Larra sea un autor del que gocemos dichosa y fervientemente, ni porque este texto nos parezca el más digno de celebración de Mariano, sino porque es fuente continua de precopuación e indignación (en lo personal, para nos y, creo que no menos en lo social, para vos) la casta periodística y el uso que hace de su virtud.

Mariano José, con las palabras que seguidamente anoto, no aligera nuestra carga, sino que más bien la acrece con sus consideraciones y encomio de naturalezas del periodista que nos (no sé si solo a mí) parecen viciosas actitudes.

Muy bonito, Mariano, muy bonito, pero cuán obsceno e hiriente en algunos puntos. Cada quien juzgue a su gusto y para su solaz  y consuelo, o para mayor enojo.

EL HOMBRE PONE Y DIOS DISPONE, O LO QUE HA DE SER EL PERIODISTA

Gran cosa dijo el primero que anunció este proverbio, hoy tan trillado. Si hay proverbios que envejecen y caducan, éste toma por el contrario más fuerza cada día. Yo, por mi parte, confieso que, a haber tenido la desgracia de nacer pagano, sería ese proverbio una de las cosas que más me retraerían de adoptar la existencia de muchos dioses; porque soy de mío tan indómito e independiente, que me asustaría la idea de proponer yo, y de que dispusiesen de mis propósitos millares de dioses, ya que desdichadamente ha de ser hombre un periodista, y lo que es peor, hombre débil y quebradizo. Ello no se puede negar que un periodista es un ser bien criado, si se atiende a que no tiene voluntad propia; pues sobre ser bien criado, debe participar también de calidades de los más de los seres existentes: ha menester, si se ha de ser bueno y de dura, la pasta del asno y su seguridad en el pisar, para caminar sin caer en un sendero estrecho, y como de esas veces fofo y mal seguro, y agachar como él las orejas cuando zumba en derredor de ellas el garrote. Necesita saberse pasar sin alimento semanas enteras como el camello, y caminar la frente erguida por medio del desierto. Ha de tener la velocidad del gamo en el huir para un apuro, para un día en que Dios disponga lo que él no haya puesto. Ha de tener del perro el olfato, para oler con tiempo dónde está la fiera, y el ladrar a los pobres; y ha de saber dónde hace presa, y dónde quiere Dios que hinque el diente. Le es indispensable la vista perspicaz del lince, para conocer en la cara del que ha de disponer, lo que él debe poner; el oído del jabalí para barruntar el runrún de la asonada; se ha de hacer, como el topo, el mortecino, mientras pasa la tormenta; ha de saber andar cuando va delante con el paso de la tortuga, tan menudo y lento que nadie se lo note, que no hay cosa que más espante que el ver andar al periodista; ha de saber, como el cangrejo, desandar lo andado, cuando lo ha andado demás, y como esas veces ha de irse sesgando por entre las matas a guisa de serpiente; ha de mudar de camisa en tiempo y lugar como la culebra; ha de tener cabeza fuerte como el buey, y cierta amable inconsecuencia con la mujer; ha de estar en contínua atalaya como el ciervo, y dispuesto como la sanguijuela a recibir el tijeretazo del mismo a quien salva la vida; ha de ser, como el músico, inteligente en las fugas, y no ha de cantar de contralto más que escriba con trabajo; y a todo, en fin, ha de poner cara de risa como la mona. Esto, con respecto al reino animal.

Can respecto al vegetal, parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña ha de doblar la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar como y cuando Dios disponga, y tomar la dirección que le dé el jardinero; ha de pinchar como el espino y la zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del poderoso; en días obscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar coger sus pistilos como la flor del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer sombra, en ocasiones dañina, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más calienta como el girasol, y es planta muerta si no; seméjase a las palmas en que mueren las compañeras empezando a morir una; así ha de servir para comer como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra.

Por lo que hace al mineral, parécese el periodista a la piedra en que no hay picapedrero que no le quite una esquirla y que no le dé un porrazo; ha de tener tantos colores como el jaspe, si ha de parecer bien a todos; ha de ser frío como el mármol debajo del pie del magnate; ha de ser dúctil como el oro: de plata no ha de tener ni aun el hablar en ella; ha de tener los pies de plomo; ha de servir como el bronce para inmortalizar hasta los dislates de los próceres; lo ha de soldar todo como el estaño; ha de tener más vetas que una mina, y más virtudes que un agua termal. Y después de tanto trabajo y de tantas calidades, ha de saltar, por fin, como el acero en dando en cosa dura.

En una palabra, ha de ser el periodista un imposible: no ha de contar sobre todo jamás con el día de mañana: ¡Dichoso el que puede contar con el de ayer! No debe, por consiguiente, decir nunca como El Universal: «Este periódico sale todos los días excepto los lunes»; sino decir: «De este periódico sólo se sabe de cierto que no sale los lunes». Porque el hombre pone y Dios dispone.

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