viernes, 13 de abril de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos el poema de Paul Claudel 'Oda segunda, el espíritu y el agua' (7)

¡Mi libertad está limitada por mi puesto en tu cautiverio y por mi ardiente parte en el juego! A fin de que no escape ninguno de los rayos de tu luz creadora de vida, que me estaba destinado. ¡Y yo tiendo las manos a izquierda y a derecha a fin de que por mí no quede ningún hueco en el perfecto cerco de tus criaturas! ¡No hay necesidad de que yo muera para que tú vivas! Tú estás en este mundo visible como en el otro. Tú estás aquí. Tú estás aquí y yo no puedo estar en ninguna otra parte más que contigo. ¿Qué me sucede? Porque es como si este viejo mundo estuviera ahora cerrado. Como antes, cuando se levantaba la cabeza al cielo por encima del templo, y la llave de la bóveda vino a apresar el bosque pagano. ¡Oh, Dios mío, ahora veo la llave que da libertad, y no es la que abre, sino la que cierra! ¡Tú estás aquí, conmigo! ¡Está cerrado por tu voluntad como por un muro y por tu potencia como por un fortísimo cerco! Y he aquí que como antes Ezequiel con la caña de siete codos y medio, yo podría levantar las cuatro dimensiones de la ciudad a los cuatro puntos cardinales. Está cerrado y he aquí que de pronto, a mis ojos, todas las cosas adquieren la proporción y la distancia. He aquí que Jerusalén y Sion se besan, como dos hermanas, la Celeste y la Exiliada, que lava en el río Khobar el lienzo de los sacrificios. ¡He aquí que la Iglesia terrestre eleva su cabeza coronada de torres hacia su consorte real! ¡Salud, entonces, oh mundo nuevo a mis ojos, oh mundo, ahora total! ¡Oh, credo íntegro de las cosas visibles e invisibles, yo os acepto con un corazón católico! ¡Dondequiera que yo vuelva la cabeza me enfrento con la inmensa octava de la creación! Yo he pesado el sol como un carnero gordo que dos hombres fuertes suspenden de un palo entre sus hombros. Yo he levantado el censo del Ejército de los cielos y yo he constatado, desde las grandes figuras que se asoman sobre el antiguo océano hasta el fuego más extraño, sumergido en el más profundo abismo, así como también el sombrío azul de Pacífico, donde el ballenero espía la aparición de un soplo como un plumón blanco.

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