viernes, 22 de junio de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (3)

MARCAS

III

Por otra parte la historia fue menos clara. Las ciudades bajas prosperaban en la ignorancia de la mar, sentadas entre sus cinco colinas y sus corzas de hierro. O se levantaban al paso del pastor, entre la hierba, con las mulas de litera y las yuntas del publicano, dejándose poblar -allá arriba- por todo un derramamiento de tierras fértiles sujetas al diezmo.
Pero otras, laxas, se adosaban a lo largo de las aguas con sus grandes muros de asilos y penitenciarias, color de anís y de hinojo, color de la hierba cana de los pobres.
Y otras, que sangraban como madres solteras, con los pies manchados de escamas y la frente maculada de liquen, descendían a los cenagales del puerto con su paso de limpiadoras de letrinas.
Puerto de varaduras puntales de escoria. Volquetes en los márgenes de las lagunas, sobre los entablamientos de maërl y de tinta negra.
Nosotros conocemos el final de los senderos, de las callejuelas; esas calzadas de herradura, esos fosos de servicio donde la escalera rota tuerce su alafbeto de piedra. Nosotros te hemos visto, rampa de hierro, y también hemos visto esta línea de sarro color de rosa, al estiaje de bajamar, allá donde las muchachas de los caminos, bajo los ojos de la infancia, despojan una noche de su lienzo mensual.
Aquí la alcoba popular y su litera de conchitas negras. La mar incorruptible lava sus manchas. Y es como una lengüetada de perra en las caries de la piedra. Viene con las líneas de sutura una ensoñación dulce de pequeñas algas violetas como la piel de la nutria...
Más arriba está la plaza sin brocal, pavonada de oro sombrío por la noche verde como una pava real de Cólquide -la gran rosa de piedra negra de las mañanas de algazara y la fuente con pico de cobre donde el hombre sangra como un gallo.

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