viernes, 29 de junio de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (4)

IV

Tú venías, risa de las aguas, hasta estos rincones del continente. A lo largo del aguacero traspasado de iris y de haces luminosos, se abría la misericordia de las llanuras; los jabalíes hurgaban la tierra de máscaras de oro; los viejos hollaban las huertas con su bastón y, abajo, los valles azules poblados de abetos; el corno breve del meseguero regocijando en la noche la caracola del pescador... Los hombres tenían un verderón amarillo en una jaula de hueso verde.
Ah, hubo un más grande movimiento de las cosas a la ribera, de todas las cosas a su ribera; y como por otras manos nos enajenó, al fin, la antigua maga; la tierra y sus bellotas salvajes, la pesada trenza de Circe y el rubor del atardecer caminando en nuestros ciruelos domésticos.
Una hora ávida se empurpuraba en las lavandas marítimas. Los astros despertaban en el color de menta del desierto. Y el sol del pastor, al declinar bajp el zumbido de las abejas, bello como un poseso en las ruinas de los templos, descendió a los canteros hacia las compuertas de las carenas.
Allá venían, entre los hombres de labor y los herreros de la mar, los extranjeros vencedores de los enigmas del camino. Allá se exhalaba, antes de la noche, el olor de vulva de las aguas bajas. Los fuegos hospitalarios enrojecían en sus cestos de hierro. El ciego descubría al cangrejo marino de las tumbas. Y la luna, en el barrio de las pitonisas negras, se embiriagaba de agrias flautas y de clamores de estaño: ¡tormento de los hombres, fuego del anochecer! Cien dioses mudos sobre sus tablillas de piedra. Y la mar para siempre detrás de vuestras mesas de familia, y todo ese perfume de alga de la mujer, menos insípido que el pan de los sacerdotes... Tu corazón, de hombre, oh pasajero, acampará esta noche con la gente del puerto, como una caldera de llamas rojas sobre la proa extranjera.
Advertencia para el señor de los astros y de la navegación.

No hay comentarios: