jueves, 7 de junio de 2012

Enrique Larreta (12), sonetos

LUX

La que nunca sabré decir cuál era,
playa de mi niñez, fina, dorada.
Oigo mi propia oreja resoplada
por el viento. La ola mañanera.

Hasta el blanco horizonte, mar afuera,
loca danza de escamas. Nada, nada
más. ¿Por qué entonces tan apasionada
fascinación, por qué tan duradera?

¿Por qué siempre la cítara fluvial
de incendiada frescura, resonando
solo para los ojos, en seguida

me exalta? Será, en mí, la original
la primera, del sol, delicia, cuando
besó el temblor del agua sorprendida.

LA SOMBRA

Con una gran dulzura de cosa de otra vida,
como un tul, como un velo, menos aún que un velo,
como el ser y el no ser del olor de un pañuelo
en la memoria triste de alguna despedida.

Como una tenebrosa blancura presentida,
puerta que se abre sola, pasos de terciopelo,
así llega la sombra y así llega el consuelo
de la suave y terrible mano desconocida.

¿Quién eres? Te apareces siempre que duda y sufre
mi pensamiento, o cuando tu lámpara de azufre
puede llevarme al mundo de las más extremadas

visiones. ¿No serás una de esas mujeres
que bajaban los párpados y se fueron calladas?
¿O acaso aquella misma que yo pienso? ¿Quién eres?

RIACHUELO DE LOS NAVÍOS

Siempre busco esta misma ribera. Busco enfrente
el hospital de barcos. Rojos, apuntalados
barcos, barcos en seco, barcos descascarados,
que pinta con pintura de llamas el poniente.

Llora el espacio, llora la bruma, llora ausente
la música del viento sobre estos mutilados
fantasmas. ¡Oh los propios fantasmas humillados!
¡Oh tiempos marineros! Se piensa en el doliente

desgaste de la vida y en la vejez del alma.
Pero pasan entonces imágenes de exvotos
que colgaron los náufragos. La datilera palma

de aquellos archipiélagos ardientes y remotos,
es acaso mejor soñada así en la calma
de las velas dormidas y los obenques rotos.

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