jueves, 14 de junio de 2012

Enrique Larreta (13, y fin), sonetos

LABRADORES

Siempre encorvado, siempre cavando en el misterio.
Color y olor del surco de sus manos. En los ojos
una llorosa lumbre. Memoria de los rojos
ocaso de las tapias de un viejo cementerio.

Hombre de los trabajos y los días. Tu serio
fervor, tus araduras, tu brega en los abrojos,
tu puño que a compás estalla en los abrojos
ásperos, tus hogueras de rústico sahumerio,

¿no es eso mismo, acaso, mi existencia? ¿Qué mucho
que yo no diera tu alma por las almas aquellas,
ni tus dichos severos por todo lo que escucho?

Glorias de labrantío. Cestas multicolores.
Tus amigos: la nube, la luna, las estrellas.
Menesteres parejos los nuestros. ¡Labradores!

EL HOMBRE

Ser flecha, y ser a un tiempo la mirada
que la sigue en los aires. Intelecto
que se busca en la fuente alucinada
del joven dios efímero y perfecto.

¿Por qué llorar los años; o la nada
de la noche mortal? Causa y efecto,
todo es espíritu. No pierde cada
vida sino el fantasma de su aspecto.

¿Y qué más que ese instante de conciencia?
¿Ver alegre en sus ondas el terror
de las algas; las horas como peces?

¿Qué más que la casual fosforescencia
de aquella chispa azul; y aquel ardor
y aquel pensar y aquel amar, a veces?

YA LE FALTA MUY POCO

Ya le falta muy poco al peregrino
para dejar la mundanal posada.
Ha salido al balcón. La madrugada
clarea en la frescura del camino.

Llévese el diablo el canto, el naipe, el vino,
como también la moza enamorada.
Tú si que importas, libación dorada
de la luz natural y el aire fino.

Qué más diera morir si uno pudiera
llevarse algo de aquello. Qué más diera,
si el alma desde el cielo contemplara,

cuando se va de alondra y gira y sube,
la misma luz; dejara y no dejara
la brisa, el agua, el prado, el sol, la nube.

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