viernes, 21 de septiembre de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (16)

X

Una noche, promovida por mano divina a la dulzura de un alba entre las islas, eso es lo que son nuestras doncellas llamando desde lejos a las doncellas de otras riberas:
Nuestras fogatas nocturnas. ¡Nuestras fogatas nocturnas sobre todas las playas! ¡Y nuestra alianza...! ¡Última noche!

XI (1)


Nuestras madres, con su regazo de Parcas, sentadas en sus sillas de cedro, temen los cascos del drama en sus jardines plantados de ruecas.
Porque amaron con demasiado amor, hasta en sus límites de avispas amarillas, al Estío, que pierde memoria en los cañaverales blancos.
Nosotras, más estrechas de cadera y de frentes más agudas, nadadoras pronto asidas al lomo de la ola, ofrecemos a la ola futura el hombro más propicio.
Ni el áspid, ni el estilete de las viudas duermen en nuestros cestos ligeros. ¡Para nosotras es el silbo secular en marcha y su brillo espléndido
y su gran grito marítimo aún no escuchado!
La tempestad de ojos de genciana no ha envilecido nuestros sueños. Y el mismo despliegue del drama sobre nuestros pasos no será más de lo que es el burbujeo de la espuma y la lengua del rústico sobre nuestros tobillos desnudos.
¡Curiosas, acechamos el primer chasquido del látigo! La espada que danza sobre las aguas igual que una doncella amonestada del príncipe ante los atrios del pueblo,
no tiene para nosotras más que una centelleante y viva dialéctica,
como la que hay en el centro viviente de las grandes esmeraldas familiares.

Al que danza con doble base durante los siete días de los Alciones, le sobreviene el descorazonamiento una noche, en el tiempo débil de la danza y el disgusto se apodera repentinamente de él
y entra, no semejante al coro macizo,
sino a la mar que martillea el terrón de su ola, ola de ídolos cambiantes al paso de las máscaras cornígeras.
Mañana arrojaremos los coturnos del drama, y, despojadas de nuestras joyas, haremos frente a las grandes euforbias del camino; pero esta noche, con los pies desnudos en las sandalias infantiles,
descendemos hasta el último valle de la
infancia, hacia la mar
por los senderos de zarzas donde asoman, trémulos, los viejos copos de espuma amarillenta, como la pluma y el plumón de antiguas incubaciones.
¡Amistad! ¡Amistad a todas aquellas que hemos sido: con la espuma y el ala y el desencadenamiento del ala sobre las aguas; con el chisporroteo de la sal y esta gran risa de los inmortales sobre la contienda de las aguas,
y nosotras, nadadoras entre la inmesa túnica
de pluma blanca...! Y toda la inmensa randa verde y toda la inmensa cestería dorada que fatiga, bajo las aguas, una edad de ámbar y de oro.

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