lunes, 25 de febrero de 2013

"La casa de Cervantes" de Mesonero Romanos y sus consecuencias

La casa de Cervantes

«Los sitios habitados en otro tiempo por los hombres ilustres excitan grandes y generosos recuerdos,
y no sin razón se ha comparado la fama que les sigue a aquellas preciosas esencias que llenan el
espacio y se evaporan difícilmente».
JOUY.

El antiguo Madrid no existe ya. Si por ventura lució con el nombre de Mantua en tiempo de los griegos, ningún testimonio sólido nos queda para probar tan remota antigüedad. ¿Pretendemos buscar el Maioritum o la Ursaria de los romanos? ¿Dónde están, pues, los templos, los circos, los caminos, los acueductos con que aquéllos enriquecieron su recinto? Ni una sola piedra nos demuestra su existencia en aquella época. Los godos, que arrancaron a los romanos el imperio de España, gobernándola por siglos hasta la invasión de los sarracenos, ¿qué monumentos de su poder dejaron a esta villa? ningunos; ni las historias de aquellos reinados la nombran aún.

¿Qué pruebas tenemos de la prosperidad del Magerit de los mahometanos? Un estrecho recinto contenido desde el sitio donde estuvo el Alcázar y al de Puerta de Moros, y en él muchas calles revueltas y costaneras; uno o dos templos de mezquinas proporciones, y los nombres de algunos sitios; tales son los únicos restos de la villa avanzada de Toledo, de la conquista de Alfonso VI.

El soberbio Alcázar de Madrid, que resistió a las tropas del Sultán de Marruecos, y posteriormente jugó un papel de importancia en las civiles guerras de don Pedro y D. Enrique, doña Isabel y doña Juana; las poderosas murallas, las torres y puertas que aún se conservaban en el reinado del Emperador, todo fue desapareciendo con el tiempo, pudiéndose hoy apenas encontrar algún otro edificio cuya fecha sea anterior al establecimiento de la corte en Madrid por el señor don Felipe II. Empero, aquella real determinación, atrayendo a esta villa el poder y la riqueza de dos mundos, hizo nacer como por encanto una población cuya extensión y suntuosidad oscureció casi del todo las glorias de la antigua; y he aquí la razón por que los recuerdos matritenses apenas penetran más allá de aquella época.

La imaginación se sorprende con el brillante espectáculo de la corte del poderoso Felipe II y de sus dos sucesores. Capital de la monarquía más extendida del orbe; llave de la política europea; teatro de los más importantes acontecimientos; centro de los hombres más distinguidos, Madrid se identifica entonces con los recuerdos más gloriosos, y su historia es ya desde aquella época la historia de la monarquía. -Eternos, por lo tanto, deberían ser los monumentos de tal grandeza; mas, por desgracia, el trascurso de los tiempos, los desastres de las guerras y el capricho y comodidad de los moradores de esta villa han ido destruyendo continuamente aquellos históricos documentos, en términos que sólo algún otro edificio público nos queda para idea de la corte de los siglos XVI y XVII.

Verdad es que la munificencia de los augustos soberanos de la casa de Borbón, dirigida por el buen gusto de la época presente, han hecho olvidar la falta de aquellas antigüedades con magníficas obras que prestan a la villa su actual suntuosidad. -El palacio de Felipe IV pereció, pero en su lugar se eleva uno de los más elegantes de Europa. El sitio del Buen-Retiro, obra del poderoso Conde-Duque, apenas conserva vestigios de su primera faz, si bien ostenta en el día nuevos primores. Los templos fundados durante los reinados de la casa de Austria, destruidos por la mayor parte en la invasión francesa, aparecen hoy despojados de su carácter de antigüedad, y revestidos del gusto moderno. Los paseos, teatro de las de aquella época, presentan hoy un aspecto y una importancia diferentes; el ingenioso Calderón desconocería el florido Parque de Palacio en el inculto término que hoy conocemos con aquel nombre, al paso que sentiría admiración al contemplar el magnífico paseo que ha sustituido al desigual y escabroso Prado de San Hierónimo. Los palacios de los magnates, los edificios públicos, las magníficas puertas, y el aspecto, en fin, de novedad y elegancia que adornan a la corte de Carlos III y Fernando VII, la harían desconocida a los mismos que en otro tiempo la pintaran; al inmortal Cervantes, al sublime Calderón, al fecundo Lope, al festivo Quevedo, y a tantos otros como en aquellos siglos formaron las delicias de Madrid, cautivando la admiración de Europa.

Mas si nuestra exigencia y nuestro lujo pueden tal vez hallarse satisfechos con la moderna belleza de los objetos que nos rodean, no así lo quedaría nuestro entendimiento y nuestra memoria si pretendieran saborear la magia de los recuerdos, despojados ora de los restos de la antigüedad; en vano intentaríamos respirar el aura de la gloria en los sitios habitados por los hombres ilustres; en vano pretendiéramos identificarnos con ellos, uniendo su memoria a los objetos materiales que les rodearon en vida; la simple vista de aquellos monumentos nos sacaría al instante de nuestro error, ofreciéndonos solamente la mano del moderno artista donde buscábamos la sombra del antiguo genio.

No era un mero capricho el que había determinado en mí estas reflexiones, sino la escena que acababa de presenciar, y en la que yo había sido uno de los interlocutores. Parado una de estas últimas mañanas en la calle del León, viendo derribar la casa número 20 de la manzana 228, que hace esquina y vuelve a la de Francos, había largo rato que permanecía abismado en aquellas o semejantes consideraciones, cuando llamó mi atención, viniendo a sacarme de mi éxtasis, el caballero Roberto Welford, joven inglés de ilustre nacimiento, y uno de los poquísimos extranjeros que visitan nuestra España con sólo el objeto de verla.

-¿Qué hace V. ahí -me dijo-, tan absorto y entretenido?
-Veo derribar una casa.
-Por cierto que es un filosófico espectáculo.
-Acaso más de lo que V. cree.
-Conforme: si la casa es de V., desde luego le doy la razón.
-No, no es mía, ni un sentimiento material y mezquino es lo que me ocupa en este momento; más sublime es la idea que me hacen nacer esas ruinas, y V. sin duda participará de mi sensación cuando le diga que en esa casa, que desaparece ante nuestra vista, vivió y murió pobremente MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.
- ¡La casa de Cervantes! ... (un golpe eléctrico no hubiera hecho impresión tan repentina en el semblante del inglés como la que le produjo el solo nombre del autor inmortal). ¿Es posible? - exclamó con resolución-, y ¿quién se atreve a profanar la morada del escritor alegre, del regocijo de las musas?
-El interés, míster, el interés será el que justamente incline a su dueño a sacar más partido de su propiedad, sin cuidarse de glorias que nada le producen.
-¿Y por qué no le producen? ¿Por qué los magnates, los cuerpos literarios, los particulares amantes de su país no se apresuraron a adquirir a toda costa el único resto conmemorativo de tan célebre autor, para evitar cuidadosamente su aniquilamiento? -(Y esto diciendo, sacó su álbum y empezó a dibujar la fachada de la casa; acción sencilla, pero expresiva, que hizo correr mis lágrimas.
-Los ilustrados historiadores y anotadores de Cervantes (decíale yo mientras continuaba su dibujo) han averiguado con efecto, a no poderlo dudar, que habitando esta casa arrebató la muerte al hombre célebre, cuya sangre derramada en los combates, cuyo ánimo esforzado en las prisiones, y el sublime mérito, en fin, de sus obras en la paz y en el retiro, no pudieron despertar la atención de sus contemporáneos, viviendo en medio de ellos pobre y necesitado, y muriendo oscura y miserablemente el día 23 de abril de 1616.
-¡Cómo! (exclamó vivamente el inglés), ¡en el mismo día que nuestro Shakespeare! Pero el poeta britano tiene el soberbio mausoleo de Westminster, al lado de nuestros monarcas, mientras que el español... ¡Qué contraste!
-Su cuerpo fue depositado, por disposición suya, en el convento contiguo de las monjas Trinitarias; pero el injusto desdén que le persiguió durante su vida, privó a sus cenizas del homenaje merecido, llegándose a ignorar hoy el lugar de su sepultura; culpa imperdonable en sus ingratos contemporáneos.
Los más eruditos españoles que vinieron después, ocupados cuidadosamente en recoger los más pequeños datos de la vida del autor del QUIJOTE; los sabios de todas las naciones, formando una sola voz para encomiar aquella obra inmortal; las prensas y buriles, continuamente ocupados en reproducir sus bellezas con todo el lujo artístico, no eran aún completo desagravio a la ultrajada memoria de Cervantes. Estaba, pues, reservada esta gloria a nuestro monarca actual, consagrando a aquél un monumento más noble y desconocido entre nosotros; si, amigo mío; a la voz del Soberano, y bajo la dirección de un ilustrado magnate, cuyo nombre se enlaza naturalmente con los estímulos dados a las letras y a las artes, ya el cincel del español Solá reproduce las facciones del Manco de Lepanto, para que, colocada su estatua en una de las plazas públicas de esta capital, sirva de eterno tributo consagrado a la memoria del escritor que forma el orgullo de la nación y las delicias del género humano.

-Cuando el Gobierno da el ejemplo (replicó el inglés), el público no debía mostrarse indiferente, y una suscrición voluntaria debería, no sólo haber libertado esta casa de su ruina, sino haberla consagrado exclusivamente a la mansión de un Cuerpo literario u otro objeto adecuado a la memoria del ilustre escritor.
-¡Qué quiere V.! Esos testimonios, prodigados al genio en otros países, no excitan entre nosotros emulación ni entusiasmo. Vea V. desde aquí, sin ir más lejos, aquella casa baja, señalada con el número 11 antiguo (en la nueva numeración tiene el 15), en la calle de Francos; pues ésa fue propiedad del famoso LOPE DE VEGA, el cual colocó sobre su puerta esta filosófica inscripción: «Parva propria magna, magna aliena parva». En ella vivió y murió, y aunque, por una excepción extraña entre nosotros, reunió durante su vida a una decente medianía la gloria que sus numerosas obras le produjeron, y mereció a su muerte el duelo general de todo un pueblo, que acompañó sus restos hasta la bóveda de San Sebastián, muy luego fue olvidado en ella, y a pesar de los propósitos del Duque de Sesa, su testamentario, de levantarle un mausoleo correspondiente, es lo cierto que no llegó a verificarse, y que sus cenizas fueron confundidas después con las de la multitud.

Vuelva V. la vista a esa calle que tenemos a la derecha (que es la llamada del Niño); en ella, y su número 4, vivió el ingeniosísimo Quevedo, aunque de resultas de las graves persecuciones que sufrió, murió pobremente en la Torre de Juan Abad, siendo enterrado en Villanueva de los Infantes, a pesar de haber ordenado que su cuerpo se trajese a Santo Domingo de Madrid.

El más privilegiado en este punto de nuestros antiguos escritores es Calderón, quien, habiendo legado sus bienes a la piadosa Congregación de Presbíteros naturales de esta corte, de que fue Hermano mayor, mereció de ésta un sencillo cenotafio en el sitio de su sepultura, a los pies de la iglesia de San Salvador, que aún existe, con el retrato del poeta, pintado por su amigo D. Juan de Alfaro.

Este es el único monumento que recuerdo existente hoy en Madrid elevado a las cenizas de un escritor, al paso que observará V. muchos prodigados a nombres sólo conocidos por sus títulos y riquezas. Mariana, Solís, Saavedra, Moreto, Tirso, Juan de Herrera, Velázquez, y otros tantos cuyos sublimes genios formaron otro tiempo el encanto de la corte y de la nación entera, yacen ignorados, sin que nadie se duela de ellos; los modernos Jovellanos, Isla, Meléndez, Moratín, Cienfuegos, Maiquez, y otros muchos, víctimas de su desgraciada suerte, fueron, por lo general, cubiertos con extraña tierra; y si bien la benevolencia del Monarca ha levantado monumentos duraderos a la memoria de algunos de ellos con la edición magnífica de sus obras, la indiferencia del público es la misma; y en prueba de ello, me contentaré con citar a usted un hecho solo.

Aun no hace tres años que la Real Junta de Damas de Honor y Mérito de la piadosa Casa Inclusa de esta corte determinó rifar la casa y huerta de Moratín en la villa de Pastrana, de que aquél había hecho generosa cesión a dicho establecimiento. Dejo a V. considerar el resultado de una rifa abierta en Londres a la casa de Shakespeare, o en París a la de Molière; pues bien, en Madrid fueron tan pocos los billetes despachados a la de Moratín, que volvió a quedar por el mismo Establecimiento; bien es verdad que ni en los anuncios ni billetes se expresó haber pertenecido al Terencio español; pero esto mismo prueba la persuasión en que se estuvo de que semejante título no añadiría mayor estímulo a los jugadores.

A este punto llegábamos de nuestra plática, cuando un gran trozo de pared, viniendo al suelo y envolviéndonos en una nube de polvo, nos obligó a retirarnos de aquel sitio, si bien lentamente y volviendo a cada paso los ojos a la casa de Cervantes.

NOTA. -La lectura de este artículo, publicado por el Curioso Parlante en la Revista Española el día 23 de abril de 1833 (aniversario de la muerte de Cervantes), llamó la atención del rey don Fernando VII, y excitó de tal manera el celo patriótico del difunto Comisario de Cruzada, D. Manuel Fernández Varela, que inmediatamente llamó al autor y empezó a dar activos pasos, que produjeron a los diez días la Real orden que se copia a continuación. El autor de esta obrita se lisonjea en recordar aquí la parte que pudo caberle en tan patriótica resolución.

REAL ORDEN
«Ministerio del Fomento general del Reino. -Cuando llegó a noticias del Rey nuestro señor que se estaba demoliendo, por hallarse ruinosa, la casa núm. 20 de la calle de Francos de esta corte, en que tuvo su modesta habitación el célebre Miguel de Cervantes Saavedra, que tanto honor y lustre ha dado a su patria, se sirvió S. M. prevenirme que por medio de V. S. se hiciesen proposiciones al dueño de ella, para que, adquiriéndola el Gobierno, se reedificase y destinase a algún establecimiento literario. Pero habiendo manifestado V. S. que aquél tenía repugnancia a enajenarla, y queriendo S. M., por una parte, que sea respetada la propiedad particular, y por otra, que quede a lo menos en dicha casa y a la vista del público un recuerdo permanente de haber sido la morada de aquel grande hombre, ha tenido por conveniente resolver que en la fachada de la referida casa, y en el paraje que parezca más a propósito, se coloque el busto de Miguel de Cervantes, de que está encargado D. Esteban del Agreda, director de la Real Academia de San Fernando, con una lápida de mármol y la correspondiente inscripción en letras de bronce. El Comisario general de Cruzada, vice-protector de la misma Academia, D. Manuel Fernández Varela, animado de su celo por el fomento de las artes y por las glorias de su patria, se ha apresurado a proponer a S. M. que de los fondos que se hallan bajo su dirección, y de la parte de ellos que está destinada a auxiliar a los artistas, se haga el gasto necesario para llevar a efecto este pensamiento, lo que S. M. se ha dignado aprobar. Y de su Real orden lo comunico a V. S. para que tenga su debido cumplimiento, poniéndose V. S. de acuerdo con el expresado Comisario general, vice-protector de la Academia, a quien lo traslado con esta fecha, y con el dueño de la casa, que ha dado para ello su consentimiento. Dios guarde a V. S. muchos años.
-El Conde de Ofalia. -Madrid, 4 de mayo de 1833. -Señor Corregidor de esta villa».

En consecuencia de esta Real orden, y verificada la reedificación de la casa, se colocó sobre la puerta principal de ella, que da a la antigua calle de Francos, un medallón de mármol de Carrara, que representa la imagen de Cervantes en alto relieve, sobre un cuadrilongo de piedra berroqueña, adornado con trofeos poéticos, militares y de cautividad, y debajo una lápida de mármol de Granada con esta inscripción en letras de oro:

AQUÍ VIVIÓ Y MURIÓ
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA,
CUYO INGENIO ADMIRA EL MUNDO.
FALLECIÓ EN MDCXVI.

La manifestación al público de este monumento tuvo lugar el día 13 de junio de 1834; y posteriormente, en la reforma de los nombres de muchas calles de Madrid, verificada por el celoso Corregidor Marqués viudo de Pontejos, se dio a la ya dicha de Francos el nombre de Calle de Cervantes, aunque, para proceder con claridad, este nombre le merecía la calle del León, porque en ella propiamente estaba la casa, aunque con accesorias a la de Francos; y con eso pudiera haberse llamado a esta última calle de Lope de Vega, pues consta la casa en que vivió y murió aquel gran poeta.

A propuesta mía en el seno de la Real Academia Española, esta ilustre Corporación dispuso colocar un elegante monumento en dicha casa, propiedad del Fénix de los Ingenios, LOPE DE VEGA, y en la cual falleció; y la solemne inauguración de dicho monumento tuvo lugar el 25 de Noviembre de 1862, aniversario del nacimiento del gran poeta.

También se dio (a propuesta mía en el Ayuntamiento) el nombre de Quevedo a la llamada del Niño, y se colocó una inscripción conmemorativa a la casa de la calle Mayor, núm. 95, en que falleció el insigne Calderón de la Barca. Últimamente, cuando en 1869 amenazó el derribo de la iglesia y convento de las Trinitarias en que yace CERVANTES, mis gestiones, en unión del Excmo. señor Marqués de Molins y D. Antonio Ferrer del Río, patrocinadas por el patriota Gobernador Sr. Moreno Benítez, dieron por resultado, no sólo la conservación de dicha iglesia y convento, sino que movieron a la Real Academia Española a costear el bello monumento mural, obra del escultor Ponzano, que luce en la fachada de dicho edificio religioso.

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