jueves, 26 de septiembre de 2013

Juan Eduardo Cirlot escribió "Del no mundo" (1969, edición del autor). Al completo en 2 entradas (2, y fin)



Algo que viene al ser-dejando-de-ser-rodeado-de-no-ser, que es el tiempo existencial (= la existencia temporal). Ignoramos si la fase negra, u oculta (no existir) de lo que llega  a ser (desde su cese) tiene un secreto modo de hilarse con lo otro advenido o adviniente. La conciencia individual (en todos los casos) es discontinua. Por eso, el existente es un ser condenado a saber que dejará de ser, paradoja y contradicción insultante, origen de toda sublevación contra lo-que-es.

Los instrumentos (espada, radar) son elementos que intentan movilizar (¿transformar?) la discontinuidad. Oír otros mundos (lejanos), matar a otros seres (y disolver su aparente unidad), no son actividades demasiado contradictorias en cuanto a su motivación-origen.

El estructuralismo, que parece funcional, es metafísico. Intentando comprenderlo (o convertirlo) todo en componentes intercambiables, quiere convencernos de la unidad subyacente bajo la dialéctica de los complejos universales (signos matemáticos, palabras, actos, formas).

El abandono de la simbólica por la semiótica es síntoma de “civilización”, en el sentido en que lo es el abandono de lo natural por lo artificial, de lo vital por lo mecánico. Aunque no exista absoluta solución de continuidad.

El origen del mal no es un misterio tan insondable como el origen de “lo otro”. ¿Cómo Él pudo desear algo, si deseo es carencia?

Somos lo que tenemos más o menos continuamente. Lo que “poseemos” discontinua o infrecuentemente crea un vacío en nuestro tener ( = ser) proporcional a su rareza (en nuestro tiempo).

El arte es necesario en la medida que facilita sucedáneos (a veces trasfigurados, nunca equivalentes) de ciertas de nuestras carencias dominantes. También es necesario (o concebible) en la medida que “re-presenta” nuestro acaecer.

La vida: una música que crea esculturas que, por seguir siendo música, se desarrollan, culminan, cambian, decaen, cesan.

Paradójicamente, y por antítesis, la conciencia de vivir lanza a la muerte. Solo vive lo inconsciente.

No me identifico con mi ser; mucho menos con la inteligencia de que dispongo. Yo soy mucho más que yo. Mejor dicho, soy “otra cosa”.

Lo que llamo Bronwyn, en poesía, es el centro del “lugar” que, dentro de la muerte, se prepara para resucitar; es lo que renace eternamente.

Vivimos en la nada, no es que caigamos en la nada al morir. La muerte solo es la zona oscura de la vida. En ella algo empuja hacia el resurgir. Ese algo (anima = mater) es como un hilo enterrado en la sombra.

Si la vida es nada es porque en ella no lo somos todo. Y ser un “trozo” (de espacio, de tiempo, de vida, de materia) no basta. La vida es carencia. Por eso es dinamismo.

La sexualidad y la arqueología son lo mismo, o, mejor dicho, surgen de lo mismo. De la noción de que en la materia está ello (el secreto de la vida eterna).

La “duración” de ciertos objetos arqueológicos (sílex con 200.000 años de antigüedad) nos afecta por nuestra limitación temporal, en la medida que está actúa sobre la capacidad de ideación. El pensamiento humano soportará probablemente las mismas torturas que hoy, bajo x envoltura, dentro de 2.000.000 de años x n.

El deseo, necesario para que exista algo ( = todo), no terminará nunca, sino terminaremos con el universo, no ya con el planeta.

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