miércoles, 12 de marzo de 2014

Poemas de Elías Nandino (10), "Nocturna palabra"

NOCTURNA PALABRA

Todo grito que hiere la delgadez del aire,
toda queja que alarga su dolorosa espina,
lo que se dice junto al cuerpo amado,
las plegarias volcadas
al pie de los altares de la duda,
la confusión babélica
en bullicio de lenguas espectrales,
el primer balbuceo
que al virgen labio despertó el azoro,
el canto eternizado
en la madurez que anhela repetirlo,
el alba de alegrías
o el son de las exequias:
subsisten en la atmósfera, insepultos,
desollados de sílabas,
en mimetismo con el vaho del mundo,
y libres en su ritmo giratorio
de concéntricas fugas sin naufragio.

Todo vive latente en el silencio
como en la sombra habita la luz muerta.
Por eso, algunas veces, en la noche,
cuando nada ni nada se denuncia
porque tierra, horizonte, luto y nubes
son una sola densidad sin labios:
del muro o la ventana,
del árbol o del viento,
asalta el bulto exacto de una frase,
la bruma corporal de algún pronombre,
o el súbito venero
de lumbre negra que agitada escribe
el hirsuto mensaje de sus llamas.

Yo miro, escucho, siento
ese desliz vacío, ese caer sin golpe,
esa atracción flotante
que al estrechar el humo de sus tactos
pronuncia la mudez desesperada
del sumergido aliento del idioma.

Inaudible latir de excavaciones
son las palabras idas
que siguen existiendo, sin semblante,
en el libre escondite del espacio.
Son ánimas en pena
que imploran el instante que articule
el vértigo sonoro de su verbo,
o la mirada ardiente de unos ojos
que, al leerlas en su fosa de letras,
exhumen su vivencia
y de nuevo les hundan
el albor remozado de la imagen.

Una selva de voces sin sonido
oscila en la negrura
— perfumes sin corola, alas sin ángel
o pasiones cortadas de su fiebre —
anhelando encontrar
la boca que dé vida a las luciérnagas
de cada letra y amorosa entone
el virginal secreto que atesoran.

Cuando pongo el oído en el silencio
que la oscura quietud exalta y ciñe.
descubro en su mutismo
un habitar de roces,
un desdecir de acentos,
un tañido profundo del vacío
que, al penetrar la red de mis sentidos,
levanta por debajo de mi frente
la enardecida torre del monólogo.

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