martes, 17 de junio de 2014

Epicteto (5)


SOBRE LA RESIGNACIÓN

1. No pidas nunca que sucedan las cosas como tú deseas, sino que desea que sucedan como suceden, y prosperarás siempre.

6. Nunca ni por motivo alguno debes decir: he perdido tal cosa, sino la he devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? La has devuelto. ¿Te han desposeído de tu hacienda? Has hecho una simple restitución. ¿Que el que te desposeyó es un malvado? ¡Y a ti qué te importa de qué manos se sirvió el que te dio los bienes para desposeerte luego de ellos! De modo que no te quejes y disfruta de la vida, como el viajero disfruta de la posada que el camino le depara, mientras te permita hacerlo.

8. Si quieres ver a un hombre contento con su suerte y que se conforma con que todo suceda como sucede, vuelve los ojos hacia Agripino. Cuando le anunciaron que el Senado estaba reunido para juzgarle, dijo: Sea en buena hora. Voy a prepararme para tomar el baño como de costumbre. Apenas salía del baño recibió la noticia de que había sido condenado. -¿A muerte o a destierro? -preguntó. -A destierro. -¿Y han dispuesto que me confisquen los bienes? -No, tus bienes serán respetados. -Partamos, pues, sin dilación. ¡Ea!, a comer a Aricia, que lo mismo se come en Aricia que en Roma.

SOBRE LA FILOSOFÍA Y LOS FILÓSOFOS

1. Los espíritus débiles escapan a los preceptos de la filosofía como los pececillos jóvenes a los anzuelos.

4. El comienzo de la filosofía es conocer nuestra debilidad y nuestra ignorancia y los deberes necesarios e indispensables.

5. ¿Qué es un filósofo? Un hombre a quien si escuchas te hará seguramente más libre que todos los pretores juntos.

8. La escuela del filósofo, como el gabinete de un médico, son lugares adonde se acude no para disfrutar los placeres sino, lo que vale más, saludables dolores. Al luxado, al que padece un absceso, al que atormenta una fístula y al que sufre de una úlcera, no el placer, sino el dolor, ha de curarlos.

10. ¿Te empeñas en ser filòsofo? Sea; pero disponte a ser el hazmerreír de todos y a que la multitud te silbe y diga: ¡He aquí un filósofo que ha brotado de repente! ¿De dónde habrá sacado esa ridícula arrogancia? De modo que, en vez de ese aire vanidoso, procura adaptarte a las máximas que estimes mejores y más hermosas, y no olvides que si permaneces fiel observador de ellas, los mismos que antes se burlaban de ti te admirarán más tarde; al paso que, si cedes a sus insultos, se burlarán de ti dos veces.

11. No olvides que cuando por complacer a los demás mires hacia afuera, lo que haces, en realidad, es descender de la altura en que te encontrabas. No dejes, pues, por nada ni por nadie de ser filósofo, y si además de serlo quieres parecerlo, conténtate de que esto sea a tus propios ojos solamente. Ello basta, créeme.

13. No olvides nunca lo que decía Eúfrates: que le había ido muy bien ocultando durante mucho tiempo que era filósofo; porque, aparte de estar convencido de que, obrando así, no había hecho nada para llamar la atención de los hombres y sí de los dioses, había tenido el consuelo de que, como combatía solo, solo se exponía, sin exponer ni al prójimo ni a la filosofía con los errores que podía haber cometido, y, sobre todo, que había podido gozar del secreto placer de ser tenido por filósofo a causa de sus acciones y no de su traje.

17. No hay arte ni ciencia que no sea despreciada y menospreciada por la ignorancia y los ignorantes. ¿Por qué, pues, la filosofía ha de ser una excepción haciéndoles caso y dejándose conmover por sus prejuicios y reproches?

18. Un médico visita a un enfermo y le dice: Como tienes calentura, abstente de tomar alimento alguno y no bebeas sino agua. El enfermo obedece al pie de la letra sus palabras, le paga y aún queda agradecido. En cambio, cuando un filósofo dice a un ignorante: Tus deseos son inmoderados; tus temores, bajos y serviles, y tus opiniones, falsas, se enfurece y se aparte de él asegurando que ha sido insultado. ¿De qué puede provenir esta diferencia? Sencillamente, de que el enfermo siente su mal y el ignorante no siente el suyo.

23. ¿Por qué los hombres no juzgan la filosofía como las demás artes? Si un obrero hace mal el trabajo, a él solo se le echa la culpa; todos dirán que es un mal obrero, pero a nadie se le ocurrirá por ello difamar de su oficio. En cambio, si un filósofo comete una falta, nadie dice: ¡Es una mal filósofo!, ¡un filósofo de pega!, sino que dicen todos: ¡Valiente estupidez es la filosofía! ¿De qué proviene semejante injusticia? De que no hay arte ni oficio que los hombres no cultiven mejor que la filosofía o, más bien, de que la pasión no ciega a los hombres respecto a las artes que les halagan o les son de visible utilidad y que, en cambio, les ciega respecto al que les molesta, les combate y les condena.

24. Hay gentes tan ciegas que ni al mismo Vulcano considerarían buen herrero de no verle tocado con su gorro de forjador. Necedad es, pues, quejarse de ser desconocido de un necio; de esos que únicamente distinguen a los hombres por sus trajes y sus atributos. He aquí por qué sócrates fue desconocido por la mayoría de sus conciudadanos. A él, que era el filósofo por excelencia, acudían para que les llevase a algún filósofo; a lo que él accedía sin ofenderse, de buen grado. Y jamás se quejó de que no le considerasen como filósofo. Jamás puso rótulo en su puerta. Siempre estuvo satisfecho de ser filósofo sin parecerlo. Y, no obstante, ¿quién mejor que él, vuelvo a repetir, puede ostentar tan noble título? Haz, pues, tú otro tanto: que tu filosofía no se deje traslucir más que en tus actos.

DE LAS MUJERES

1. [...] No es negando la belleza como se sustrae el hombre a sus encantos, el mérito está en resisitr reconociéndola.

DE LOS CUIDADOS DEL CUERPO

1. Señal evidente de un espíritu torpe es consagrar un tiempo excesivo al cuidado del cuerpo, al ejercicio, a la comida y a la bebida, o a cualquiera otra de las necesidades corporales. Todos estos cuidados no deben constituir lo principal, sino lo secundario de nuestra vida, y hay que tenerlos, por tanto, como de paso. Porque nuestra grande y activa e incesante preocupación debemos consagrarla al espíritu.

4. ¿Cómo podrían atraerme, por hermosas que fuesen, las sentencias de un filósofo si él se me presentaba sucio, desaseado y tan horrible como un criminal que sale de la mazmorra? ¿Cómo podría hacerme amar una doctrina de la que él era tan desagradable representante? Por nada del mundo me resignaría a escucharle, y mucho menos a relacionarme con él. Cuidemos, pues, de la limpieza y de la decencia exterior. Y lo que digo de los maestros, dicho queda de los discípulos. [...]

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