jueves, 30 de octubre de 2014

Poemas de Marcos Ana en “Poemas de la prisión y la vida”, Tabla Rasa, 2011 (6)



Ya tengo quieta la sangre,
mis ojos tibios y en calma,
sentado y solo en la tarde
sin nadie cerca del alma.

¡Qué triste es ver los caminos
sin una huella dejada!
Ni nombre en árbol escrito,
ni un amor. No dejo nada.

La vejez más miserable
de un corazón arrugado.
Una almendra vana y grande
bajo la piel de un penado.

Ya tengo quieta mi sangre,
los ojos tibios, en calma,
llorando y sólo. Sin nadie
sentado cerca del alma.


Valientes

Valientes... ¡hala! El árbol ha caído.
Arrancad vuestra rama. Hacedlo astillas.
No cese el hacha aguda de rencillas.
Ni el cuervo de graznar. Ya está abatido.

¡Oh árbol generoso! ¡Si aún tendido,
tu costado es más alto que otras copas,
si más sombra y cobijo dan tus hojas,
tus ramas más consuelo dan al nido!...

No hubo viento capaz de desasirte,
ni rayo que rasgase tu firmeza,
ni otoño que lograra desflorarte.

Sólo tu corazón pudo abatirte.
Tu corazón desnudo de corteza.
¡Apriétalo, y vuelve a levantarte!


Pudo el ciprés

Pudo el ciprés más que nadie.
Puñal agudo invertido
clavó su aroma en mi sangre.

Las dalias tejen coronas
con luz morada en los ojos
mortecinos de la tarde.

Los cipreses, mano a mano,
con el laurel han tendido
un puente sobre el estanque

(agua delgada y menuda,
remanso puro, mi vida,
sin vivirla un solo instante).

Un hacha suena en el bosque.
Otoño corta las ramas
de mi juventud. ¡Lloradme!

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