jueves, 29 de enero de 2015

Chistes de Ferrán Martín




martes, 27 de enero de 2015

Chistes de Máximo de sus últimos años en EL PAÍS




sábado, 24 de enero de 2015

Entrevista de Pilar Cámara a Jesús Malia en Murray Magazine, con motivo de la presentación de "Deriva"

http://murraymag.com/cultura/entrevista-jesus-malia/

Lectura de "Deriva" (Jesús Malia, Tigres de Papel) de José Cereijo

http://www.tigresdepapel.es/

PRESENTACION “DERIVA” (JESÚS MALIA), CASA DEL LECTOR, MADRID, 23-1-2015


Hay en este libro no sólo una constante presencia de la naturaleza y de lo que ella puede sugerirnos o enseñarnos, sino una decidida voluntad de identificación con lo natural, de sentirlo y hasta de vivirlo, en cierto modo, desde dentro; de que eso que obtengamos de la naturaleza, de su contemplación entregada y minuciosa, no sea sólo la posesión o el recuerdo de un momento, o de un paisaje, sino una vivencia; y, en realidad, un modo de vivir. Leemos, por ejemplo: En ti me aprendo. / Despréndete, cascada, / para enseñarme. No es extraño, desde un planteamiento así, que el haiku, y en general el tipo de sensibilidad de la él que es ejemplo, tengan en este libro una presencia que no se limita a las muestras, notabilísimas, que el autor aporta de su cosecha en la primera parte (titulada además Camino junto a Bashô, con alusión al gran clásico del haiku japonés), sino que domine una parte final que puede parecer puramente teórica, pero que yo igualmente llamaría, mejor, vivencial: una búsqueda, una persecución de lo que es esencial en esa forma, tan difícil de definir o explicar: de su secreto. Yo creo que esa sensibilidad y ese secreto, o su intento de comprensión, o hasta su nostalgia, están presentes en la totalidad de este libro, y son en cierto modo lo que le da origen. Las reescrituras, o nuevas lecturas, o traiciones, al propio Bashô y otros haijines (escritores de haiku) clásicos, tienen a mi parecer ese mismo significado: son también una pesquisa, una búsqueda en ellos de uno mismo, y un secreto homenaje.

Esa voluntad de búsqueda, de averiguación del lugar que nos es propio en el conjunto de lo que existe, me parece clara ya desde el principio mismo del libro. El haiku con que empieza dice así: También el águila / se observa y reconoce / sobre las aguas. Parece difícil no pensar que ese “también”, conscientemente o no, nos incluye, nos está invitando a reconocernos en su ejemplo. Que esa invitación sea lo primero que encontramos al abrirlo, ¿no sugiere poderosamente que el libro entero se presenta como una trayectoria de “observación y reconocimiento” (como aquí a través del fluido espejo de las aguas) de la naturaleza viva, y, en fin, de lo real? En la página siguiente leemos este otro: Miro la nieve. / Invierto mi energía / en aclararme. No sería nada difícil multiplicar los ejemplos.

No se piense, de todas formas, que este planteamiento (digamos) naturalista o realista excluye la consideración de lo que no es obvio, que la contemplación y la búsqueda han de limitarse por definición al ejemplo y la enseñanza de lo inmediato. No sólo peces, / también cobija el río / a las estrellas, nos dirá poco más adelante. No se nos propone únicamente aquí pues lo que podemos percibir con los sentidos (parece obvio que las estrellas, en estos versos, no son únicamente las que podemos ver en el cielo nocturno, sino un símbolo de otras muchas cosas: de lo que no perciben únicamente los ojos), sino lo que la reflexión, la emoción y –repito– la vivencia, pueden descubrirnos, o revelarnos; y no solamente en la realidad externa, sino también, y quizá sobre todo, en nosotros mismos.

Entendido así, no parecerá extraño que esta “Deriva” no incluya únicamente los haikus que la abren, sino otros poemas que, aunque formalmente sean muy distintos de ellos, me parecen identificables en un mismo propósito de guiarse por la lección de hondura y de verdad desinteresada (palabra que aquí no significa “falta de interés”, sino algo que es ajeno, que ha dejado atrás lo puramente personal, lo egoísta, o al menos egocéntrico) que nos ofrece la contemplación de la realidad. Cuando, en un poema de la segunda parte, se nos dice Gota / entre / las / gotas / del / mar, o bien, en el siguiente, Agua / que / en / agua / se / ahoga, ¿no tenemos aquí esa misma ausencia de yo, ese desinterés y ese aprendizaje? Incluso en un poema, éste de la tercera parte, cuando leemos que Yo soy la maleza que crece junto al trigo, / y sé de mi futuro, envuelto por las llamas, cuando el trigo madure, para cerrar con el verso Porque tú eres trigo que crece en la maleza, parece inevitable leer aquí algo más que la trasposición a lo amoroso de un conocido pasaje del Evangelio según San Mateo, algo en lo que ese “trigo” y esa “maleza” no son únicamente símbolos, intercambiables con otros que cumplieran la misma función, de una determinada condición moral, y debemos entenderlos también desde su humilde y tangible realidad puramente natural.

He empleado aquí la palabra “humilde”. Es ésa una actitud que me parece presente por todas partes en este libro, al punto de constituir, tal como yo lo veo, una de las claves de su sentido último. Pero me importa aclarar que entiendo por ella algo un tanto diferente a lo que suele entenderse. El Diccionario de la Academia nos dice, por ejemplo, que se trata del conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, o también de sumisión, rendimiento. Ambas posibilidades parecen apuntar a una actitud de rebajamiento personal más o menos consciente. Pero no se trata, aquí, de eso. La hierba no es humilde porque se rebaje; lo es porque su ser mismo resulta ajeno a cualquier posibilidad de sobrevaloración. Simplemente, existe, y lo hace siendo una cosa entre muchas, gota entre las gotas, plena de pura realidad suficiente, que no necesita, en su callado existir, de nada ajeno a lo que simplemente es.

Desde esa consideración es como puede adquirir todo su sentido la frase de Eliot que cito en la contraportada del libro: la humildad es interminable. Porque, así considerada, no resulta en absoluto una pérdida, sino todo lo contrario, una adquisición. Ganancia infinita, realmente, porque aquí no se procura llenar el vacío, la insaciabilidad interior en que (como lo vio el Romanticismo, como lo vio el Budismo) consistimos, y que es por definición imposible de calmar, sino de prescindir de esa inquietud constante; de ser, en fin, otra cosa, algo donde (como ocurre en la naturaleza, en la fluida naturaleza) cuanto existe no está ahí para ser detenido, retenido, secuestrado, sino porque todo ello transcurre en nosotros, que no le somos obstáculo ni depredación, y en nosotros adquiere un sentido que nos regala, con el que nos enriquece simplemente siendo. Ése me parece a mí el significado más profundo del libro que hoy presentamos; y los préstamos, recreaciones o robos de Bashô y de otros, y las consideraciones teóricas o vivenciales acerca del haiku mismo, intentos de apoderarse, como decía al comienzo, de esa actitud desprendida que, repito para terminar, no es pérdida sino infinita riqueza, y que me parece identificable con el secreto que aquí se persigue; un secreto cuya posesión no sólo puede regalarnos –o más bien devolvernos–, en un profundo sentido, la totalidad de lo real, sino también (purificados, escuetos, más vivos por más atentos y sensibles) a nosotros mismos.

José Cereijo

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