jueves, 28 de mayo de 2015

"Nocturno insecto" (2), de Beatriz Russo


IX

He morado largo tiempo bajo la hierba como una ninfa diminuta. Con la venda puesta sin el surgir de los días puedo hablar de laberintos. Abarrotada de temblor y huellas he permanecido entre los huecos de la lluvia. Los surcos subterráneos llevan a las fuentes. Y donde hay agua siempre emana una luz o un espejismo que mantiene la nitidez de la sed. Las raíces me acorralaban como los dedos de una mano artítrica que anhela el hermetismo de sus puños. Eran los despojos de un muñón de árboles que, antes de ofrecerme su savia insípida, se deleitaba en rascar los pasadizos de mi sangre. Yo no era inmune al cosquilleo y, simulando la mímica de las aves, me acercaba como una cría que requiere el alimento. Pero la tierra estaba húmeda, viscosa y empedrada. Porque el fango es la sepultura de los insectos. Nadie es permeable a la lluvia que se invierte sobre el barro. Aún así bebí el néctar resinoso sin temer el engaño de su transparencia, para llegar a ser oruga inerte en el sarcófago del ámbar o crisálida temprana que ha de fenecer para mudar su tumba.


XVI

No te aprendas de rodillas la nostalgia del sediento, no confabules con la incierta huella que dejan las orugas invidentes. Tan solo imita el baile de las bordadoras de los tréboles y escribe tu nombre sobre la efímera superficie de sus hojas. Cuando despiertes, habrá un clamor de violetas pronunciando tu conjuro. Y la avispa hueca emprenderá su exilio perdiéndose en la bruma de los bosques.

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