martes, 26 de mayo de 2015

Poemas de "Catedral de la noche" (1) (Ángel Guinda, publicado por Olifante), hoy "Del natural", "Noche adentro" y "Arcadia"



DEL NATURAL

Nací de las entrañas de la muerte.
Fui visceral, propenso
a explorar el dolor:
¡la vida me hizo fuerte!
He sido siempre mi mayor peligro.
(Hoy todo lo confundo.
El tiempo que nos queda es un rato.)
Cada poema me parece un cebo
para pasar de un mundo
a otro mundo. Llevo
encima la tormenta de los años
sin importarme ya la eternidad.
Lo que me importa, en realidad,
son los buenos momentos, por extraños;
las enseñanzas de los desengaños,
lo inalcanzable, abismal, intenso.
Fuera de mí emigro:
cuanto más alto vuelo más me hundo,
camino al infinito me desato.
Morir joven es duro,
pero más duro es envejecer:
consumirse inseguro,
solo, torpe, molesto, comprender
que en adelante aún será peor.
Recuerdo que el olvido
me espera unos pasos más allá.
Antes de ser secuestrado me habré ido.
¡Vendrá la Noche y no me encontrará!


NOCHE ADENTRO

Una chispa expandió su inmensidad,
tras despulparse se pobló el vacío.
Rodaron las esferas, los corpúsculos,
la tiniebla, el clangor.
Lejanía envolvente,
magnolio autista en llamas:
¡cuánto asombro la sombra del abismo!
Como río sin frenos,
como fantasma eréctil,
me arrastras
de no sé dónde: muy hondo,
a no sé dónde: muy lejos.
Trombón enloquecido, el cierzo explora
dando tumbos por los desfiladeros.
Una mueca de escarcha ensangrentada
restalla entre los hombros de los montes,
convierte mallos y árboles en cirios.
La paz es el abrazo entre el día y la noche.
Impávido resuena el bandoneón del mar.


ARCADIA

Tal vez
la vida verdadera sea esto.

Estar solo
sentado bajo un tejo frente al mar;
y, al fondo, la montaña.

Ver pasar los veleros, los albatros,
las nubes con todo su cielo encima.

Traducir los silencios interiores
al compás de un cansado corazón.

Confiar
que atraque el barco de lo impredecible
o llegue alguien con una señal.

Y esperar,
esperar.

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