jueves, 20 de mayo de 2010

Tres poemas más del poemario de Rebeca Álvarez Casal del Rey

La claustrofobia de la oruga
Días de encierro en su alcoba,
clavándose al colchón, reblandecida y cada vez
más blancuzca. Su resaca esconde
agresividad, pornografía y declaraciones
amorosas, sumergidas en lagunas
de vino tinto.

Charcos, lagunas, océanos carmín
de alcohol desmemoriado
y gritar sin voz (y a nadie) ––¡Imposible
soportar el asco por los anillos de mi cuerpo!

Bombardeo de mensajes al teléfono escapan al olvido,
islas de frases eróticas, hirientes,
lúdico-terapéuticas,
dirigidas
a un largo gusano de mirada oscura,
eterno receptor
de ebriedad y obsesiones.
Eterno receptor de las palabras.

La crisálida enterrada
Las letras desencadenan los espectros
del extraño ejemplar de polilla sin alas;
crucifixión ebria
sobre el catre. Un alfiler
en el esternón.
A sus pies un nombre escrito en latín.

En la escafandra se extingue el oxígeno, pero te impide
salir al mundo algo inmostrable.
Desgarradora precisión,
esos casi cien kilos
de pútrida carne
y descompuestas vísceras
de un alma sin castigo.
En su reino de moscas,
en el calor de agosto,
bullendo de gusanos.
Encerrado en su espacio.
Encerrada en tu espacio,
retraída en ti misma, ahogándote
en un vítreo silencio,
que mudos alaridos de socorro no consiguen romper
(nadie escucha), en los alrededores
sólo hay sombras.
Sombras y fantasmas.

Vida deshilachada que no avanza,
pues un eje central obliga al círculo.

Epílogo
Al final sólo quedan
unas cenizas encerradas en un nicho,
ya para siempre oscuridad sin ojos.
Un nombre escrito en una lápida sella el espacio.
Ya para siempre sepultados
yacen juntos,
el monstruo con la bestia.

Amanece. Una mariposa extendiendo a secar
sus alas recién hechas.

Al final sólo quedan
flores rojas en una tumba,
son el comienzo del camino.

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