martes, 7 de mayo de 2013

"Obras de Garcilaso de la Vega ilustradas con notas", por José Nicolás de Azara

En el año 1765, José Nicolás de Azara, mecenas de las artes y diplomático (hombre culto y conocedor de lenguas), publica la presente obra de Garcilaso, en la que buscaré sonetos que ofreceros cada martes, entre otras cosas. Pero, obligado y gustoso, no puedo más que hacer una pausa para compartir, actualizando la ortografía, y en muy poco la puntuación, el texto en que a modo de prólogo reflexiona sobre Garcilaso y la lengua castellana. Espero que sepas apreciar las palabras de Azara.

Ah, el libro lo tienes en la Biblioteca Virtual Cervantes.

Prólogo del editor (José Nicolás de Azara)

La propiedad y elegancia de nuestra lengua ha padecido tanto en las infelices manos de ruines escritores, y ha llegado por culpa de ellos a tal decadencia; que es preciso cause lástima a todo buen español. Muchos grandes hombres han observado que la excelencia de las lenguas, su permanencia y extensión, crece y mengua al paso que la pujanza de los imperios, y que la habla de los pueblos se perfecciona y derrama al abrigo de sus victorias. Esta observacion es muy verdadera; y la serie de los progresos de la lengua castellana hasta nuestros días demuestra más su certeza.

Desembarazose España en el siglo XV de las guerras interiores que la fatigaron tanto tiempo; y a proporción que fue afirmándose su imperio, nacieron la suavidad de costumbres, y la cultura de la lengua. En el Reinado de Don Juan II se dejó ver el crepúsculo de esta moral revolución. Entraron a gobernar Fernando V e Isabel, y con su admirable talento, no solo ensancharon los límites de esta Monarquía con tantas conquistas interiores y ultramarinas, sino que con aquella gracia, solo dada a los ingenios que por privilegio coloca la naturaleza sabre el trono, formaron un número de hombres eminentes en todas clases: crearon los espíritus: les comunicaron un modo de pensar más elevado : suavizaron sus modales: y de esta semilla vino la copiosa cosecha de héroes que vio después la edad de Carlos V. Sostúvose hasta principios del reinado de Felipe III; pero a guisa de aquellos terrenos que recién abiertos dan colmados frutos, y si les falta el empezado cultivo producen en fuerza de la bondad de su suelo, disminuyéndose cada año los tesoros que al fin niegan totalmente: así se vio que la fecundidad de los ánimos españoles fue produciendo en fuerza de las labores primeras, y disminuyéndose en razón de lo que se apartaba de su origen, hasta que a últimos del siglo XVII quedó enteramente estéril. Los mismos pasos fue siguiendo nuestra lengua: nació, creció y envejeció por los mismos grados; notándose también que los progresos hacia la perfección fueron rápidos, y la decadencia lenta y perezosa como la del imperio. ¿Qué tropel de escritores no produjo España al tiempo mismo que Carlos V traía asustada toda la Europa con sus armas? Bajo Felipe II hubo muchos más, pero estos eran fruto de las labores de su padre y bisabuelos.

No es mi ánimo hacer aquí el catálogo de nuestros escritores de aquel tiempo, ni necesitan más elogios que los de sus Obras: y baste saber que a la época del Concilio de Trento no había en toda Europa Nación más instruida que la nuestra. Cuanto nuestras armas eran conocidas y respetadas, tanto progreso iba haciendo el lenguaje español. Era el más apreciado en las cortes de Alemania, Italia y Flandes. Los Franceses lo aprendían con la misma aplicación que nosotros nos dedicamos hoy al suyo; y era vergonzoso a los hombres de letras el ignorarlo. Iba por fin nuestro idioma a hacerse casi universal por los mismos términos que lo consiguió el francés en el siguiente siglo, y que quizá antes del fin de este lo logrará el inglés; pero faltole la fortuna de las armas, y sin su apoyo fue retirándose otra vez a los límites de su primera cuna.

Las demás naciones se han dedicado a las ciencias después acá con un empeño y una aplicación tan seguida y constante, que parece han llegado con sus descubrimientos a tocar los límites adonde puede llegar el entendimiento humano. Nosotros solo hemos retrocedido. En nuestras Universidades se ven hoy los mismos Estatutos, y las mismas lecciones que se oían dos siglos hace; pero hay la diferencia de que los que las cursan ahora estudian menos, y que sus catedráticos en muchas partes no enseñan nada.

Las causas de esta decadencia son muchas; pero ni este es su lugar ni yo instrumento a propósito para referirlas. Baste decir, que en lo que los españoles han trabajado con ahínco hasta nuestros tiempos, exceden con inmensa ventaja a todas las naciones: y si no que me citen ¿cuál de ellas ha dado a luz tantos y tan pesados volúmenes sobre Aristóteles como nosotros; tantos escritores eminentes en teología escolástica; tantos y tan sutiles casuistas de moral; y tantos profundos comentadores del código, y pandectas?

Casi todos estos hombrones han tenido la precaución de no vulgarizar las ciencias tratándolas en la lengua que se hablaba en su patria, lo contrario hubiera sido en su sentir una profanación: y con esto han logrado que donde peor se habla castellano es donde se enseñan las ciencias, y allí tal vez es donde se sabe menos latín. Neorixa, Francisco Sánchez, Antonio Agustín, Luis Vives, Arias Montano, Mariana, y otros infinitos podrán decidir la cuestion, comparados con los que posteriormente han enseñado y escrito.

De este abandono que ha padecido nuestra habla castellana se siguió que tratándose las ciencias en latín, aunque bárbaro, la han privado de la copia y propiedad que hubieran podido darle las voces científicas que ninguna lengua puede tener originariamente: y por esto los autores que en nuestros dias han tratado de Física o de Matemáticas se han visto en la necesidad de formarse vocablos a su modo y recurriendo al griego, al latín, o a otros arbitrios.

Despreciada pues por nuestros catedráticos su lengua nativa, se le cortaron las alas para su perfección. Raro español ha gastado seis meses para aprenderla por reglas y principios al modo que aprendían la suya los griegos y romanos; siendo infinitos los que han gastado otros tantos años en aprender un mal latín, que en tiempo de Simón Abril y de nuestros buenos preceptores se adquiría en cuatro meses.

Los poetas del siglo antecedente mantuvieron en cierto modo la reputación de nuestro idioma durante algún tiempo, con particularidad, los cómicos; pero, como a la propiedad con que lo usaron, y al ingenio, juntaban una crasa ignorancia, luego que las otras naciones supieron más, los abandonaron del todo. Entre los mismos poetas hubo muchos que con lo que llamaban cultura, y con sus insípidos equívocos, contribuyeron no poco a corromper la frase castellana. Como en el fondo nada sabían, se afanaban por parecer la que no eran: y así hasta en las voces y en el modo de usarlas afectaron su mezquina erudición. Los primeros padres de la Lengua, aunque la formaron y pulieron con las gracias de la latina, como habían hecho poco antes los italianos, no se sujetaron tanto a esta que en toda mostrasen las señales de su servidumbre. Sus sucesores al contrario, por ostentar su saber ponían en todo la marca de la latinidad. Los primeros, por ejemplo decían afeto, escuro, contino, repunar, espirtu, coluna, perfeto, ecelente; y los segundos afecto, obscuro, columna, excelente, &c sin más fin, a mi entender, que el de manifestar sabían el origen de estas voces; sacrificando la suavidad a su presunción. El mismo fin tuvieron en despreciar otros vocablos muy propios, como el empero, entorno, aína, sendos, magüer, asaz, largueza, consuno, por ende, y otros, que sobre ser mil veces más significativos y elegantes que los que sustituyeron, daban cierta majestad y pulidez a la conversación.

Estas y otras muchas causas que omito ha tenido la decadencia de la lengua castellana hasta el principio de este siglo. El reinado de Felipe V hubiera restablecido las cosas a su primer lustre, si el daño no hubiera echado tan altas raíces, y si otra nueva casta de corrompedores no se hubiera opuesto a las ideas de aquel monarca. Hablo de los traductores: esta plaga se nos hizo principalmente necesaria para el comercio de la literatura francesa. Hasta la venida de Felipe V eran muy pocos los españoles que supiesen el francés. Muchos de nuestros sabios lo miraban con desprecio: otros como inútil; y algunos con odio. Rellenos de su Aristóteles, y pomposos con las borlas de Salamanca y Alcalá, no creían que en el mundo hubiese más que saber, ni que una nación enemiga pudiese tener buena instrucción. Desengañolos el trato: vieron gran copia de libros franceses; y con una rapidez increíble se aplicaron a traducirlos al castellano; pero como los más no calaban bien la fuerza de uno ni otro Idioma, hicieron un batiburrillo miserable de los dos. Lo menos ha sido la introducción de infinitas voces francesas con que han inundado nuestra habla sin necesidad: han desfigurado además su carácter, formando una construcción Francesa con voces españolas y mestizas. Confieso, sin embargo , que no han faltado en nuestros días algunos escritores y Traductores libres de esta falta que han manejado su lengua con felicidad y pureza; pero su ejemplo no ha podido prevalecer contra el número mayor.

Todas estas consideraciones me han hecho discurir sobre los medios de atajar los progresos del mal; y a este fin me ha parecido lo más oportuno renovar los escritos de los patriarcas y fundadores de la lengua castellana. Su lectura sola puede acordar los ejemplos dignos de seguirse, y restituir la pureza y elegancia de maestra plática. Varios sabios han predicado la necesidad de fijarla, en el modo que puede hacerse con una lengua viva: y a mi parecer tienen razón. El asunto está en la época que se debe elegir. Los que escogen la de la corrupción no siguen buen camino: y al contrario debemos trabajar y afanar con la persuasion y el ejemplo para que se tomen por modelo los autores que escribieron en el siglo del buen gusto.

Garcilaso de la Vega ha sido siempre reputado por uno de nuestros escritores más elegantes. Él y Boscán fueron los que nás contribuyeron a pulir la lengua, y los que en la versificación introdujeron el número y medida de los italianos, sustituyendo los endecasílabos a las antiguas coplas españolas de 16, 14 y 12 silabas que usaron Berceo, el Arcipreste de Hita, Juan de Mena y otros poetas de aquellos tiempos. Garcilaso no conoció los asonantes; y en la novedad que quiso hacer en la Égloga segunda de colocar el consonante en medio del verso al modo de los árabes, fue poco feliz y menos imitado.

Juzgo que el público amante de nuestra lengua no despreciará el regalo de una edición de Garcilaso la más corregida que hasta ahora se ha hecho. Todas las impresiones antecedentes están llenas de errores, muchos versos faltos, e infinitas palabras equivocadas que tuercen y trabucan el sentido. Todas estas faltas se han enmendado cotejando el texto de las distintas impresiones de Medina del Campo, Estella, Salamanca, Sevilla, Madrid y Lisboa, y de un MS. de cosa de 150 años de antigüedad.

El incomparable Francisco Sánchez El Brocense, Hernando de Herrera y Don Tomás Tamayo de Vargas hicieron notas a las Obras de Garcilaso. Al primero debe mucho nuestro autor, pues sobre haber corregido cuanto pudo sus versos, anotó los pasajes de los poetas que imitó. El segundo compuso un difuso comentario, en que conforme al gusto de los comentadores de su tiempo dijo cuanto sabía: y el tercero, no obstante el ejemplo de los dos anteriores, hizo de sus notas el mejor dechado de los despropósitos.

Para no caer en los mismos inconvenientes, me he propuesto estampar unas anotaciones que aclaren las oscuridades del texto y hagan ver la habilidad y juicio con que Garcilaso supo imitar, y muchas veces mejorar, los pasajes más bellos de los poetas antiguos.

Cuando El Brocense dio a conocer estas imitaciones de nuestro autor, hubo gentes tan insensatas que lo reheprendieron; porque, según ellos, oscurecía la gloria del poeta declarando sus hurtos. Creo que ahora no faltará quien discurra como entonces; pero yo, sin embargo, juzgo que en estas imitaciones colocó Garcilaso su mayor mérito. Son muchas las razones en que me fundo; mas por ser breve me contentaré con acordar lo que dice el gran crítico Boileau, y mucho antes había notado El Brocense: Que el poeta que no haya imitado a los antiguos, no será imitado de nadie.

Esta regla convendría que tuviesen siempre presente los que se ponen a hacer versos. Por no haberla observado nos hallamos ahora con tantas coplas castellanas, y tan poquísimas dignas de leerse. Garcilaso se hizo poeta estudiando la docta antigüedad: las notas lo prueban, y este es el modelo que presento a mis paisanos.

Omito referir aquí los hechos militares y civiles de nuestro autor. Quien quisiere saber su vida la encontrará en lo que de él han escrito Fernando de Herrera, Luis Briceño, Don Nicolás Antonio y otros. Para la poca luz que esto puede dar a sus escritos, basta saber que Garcilaso nació en Toledo, año 1503, de Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y embajador de los reyes católicos en Roma, y de Doña Sancha de Guzmán, señora de Batres. Luego que, por su edad, pudo tomar las armas, siguió al emperador Carlos V acompañándole en las jornadas de Viena y Túnez, y, últimamente, en la de Marsella: donde al retirarse de Italia mandando once compañías de infantería, le ordenó el emperador escalar una torre defendida por unos arcabuceros paisanos. Subía Garcilaso delante con intrepidez cuando recibió una pedrada en la cabeza, de que murió de allí a pocos días en Niza, año 1536, a los 33 de su edad.

Si este mi trabajo fuere agradable al lector, en breve le daré reimpresas las Eróticas de D. Esteban Manuel de Villegas; y a continuación las Obras escogidas de muchos poetas castellanos antiguos y que aunque no son tan comunes como las de otros que en estos últimos tiempos han conseguido aplauso, serán seguramente mejor recibídas de la posteridad.

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