miércoles, 23 de octubre de 2013

Greguerías (1) de Ramón Gómez de la Serna en “Greguerías escogidas”, Agencia Mundial de Librería

Parece que se consuela a los pescados y a las carnes asados si se los come no escatimando el vino.

Hay niños que son rateros de nuestro tiempo, niños que sin necesidad ninguna nos preguntan: “¿Qué hora es?”

Hacía tal frío aquella mañana que los barrenderos se reunieron y quemaron sus escobas para calentarse.

El aparato más sabio del mundo es el de la cascada de agua para el retrete, con cuya cadena en la mano todos somos Moisés milagrosos.

Si el mar está limpio es porque se lava con todas las esponjas que quiere.

Las latas de conserva se quedaron con la lengua de hoja de lata fuera.

Todo sordo tiene un resquicio en su sordera por el que oye cuando se le llama bruto. ¡Cuidado, pues!

Hay en los paisajes una casa en que se fabrican las nubes de la tarde, que expide por su chimenea... Es su misteriosa misión en ese paisaje.

Los ladrones que lograron escapar se hicieron carboneros, porque es el oficio más disimulado y enmascarado que se conoce.

El reloj, como una máquina de coser, parpadea nuestras ideas.

Los bolsillos altos de los chalecos nos roban los sellos o lo que metemos en ellos.

Las cartas del correo que se recibe deben barajarse bien, dejando en medio la del desconocido... Solo así tendrá interés la brisca solitaria que juega uno con la correspondencia.

Yo no sé cuál será peor: si la mosca del sueño o la mosca que no tiene sueño.

El viento tiene sus libros predilectos, y se sabe cuándo los lee porque cuida de pasar las hojas poco a poco, una a una, con una parsimonia de lector.

Enfrentando los ojos cerrados con el sol, se ve la yema del huevo primero que hay aún en el globo del ojo.

¡Qué grandes lenguas, siempre ensalivadas e incontinentes, tienen que tener los dueños de fábricas de conservas para pegar tantas etiquetas a los botes desnudos!

Debía de haber pájaros para los traductores. Pájaros que supiesen el idioma de su país y a quienes preguntar la palabra difícil.

Cuando pasan los grandes barcos por entre los barcos de vela parece que estos les presentan armas con sus velas. La escena es una magnífica escena de vasallaje.

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