miércoles, 21 de mayo de 2014

"Metamorfosis", "Curiosidad" y "Electricidad", relatos de Rocío Peñalta Catalán en "Andar por casa" (3)



Metamorfosis

Mordí una manzana podrida. Ahora tengo mariposas en el estómago.



Curiosidad

Un pasillo blanco, iluminado, con puertas a ambos lados. Las puertas, también blancas, con picaportes metálicos, se dibujan sobre la pared lisa a intervalos regulares. Los fluorescentes del techo emiten una luz lechosa y deslumbrante que parece vibrar. Se percibe un leve zumbido. Procede de los tubos incandescentes. O del propio oído, que se esfuerza por captar algún eco, el mínimo crujido.
Silencio. Ni un rumor, ni un paso. Sólo el ronroneo constante del espacio vacío. La respiración del pasillo.
El corredor acaba en un recodo. Un ángulo recto. Al girar la esquina, el pasillo continúa. O se detiene, contra un muro blanco. Al final no hay nada. O hay algo. Como detrás de cada puerta.
Las puertas están cerradas y no van a abrirse. No importa si se podría o no. Simplemente, no se abrirán.
Detrás de cada una de ellas hay una realidad latente, una posibilidad que no va a realizarse. Al otro lado de cada panel podría haber una tapia de ladrillo. O un abismo. Cada abertura podría ser una entrada o una salida. Tampoco importa.
Como no interesa lo que quedó atrás. El comienzo del pasillo. Podría ser igual, blanco, con puertas cerradas en las dos paredes. O totalmente distinto.
Lo que no se ve no existe. Puede intuirse, sospecharse. Abrir una puerta supondría descifrar un secreto. Ceder a un deseo velado. Extinguir el enigma.



 Electricidad


Tengo un cable. Mejor dicho, el cabo cortado de un cable cuyo extremo contrario –cercano o remoto– está conectado a algún enchufe, instalación o aparato eléctrico.

Cuando uno hace un taladro en la pared, se imagina que puede encontrar una tubería, el dormitorio del vecino, o una cucaracha que pasaba por allí en aquel momento. Pero no un cable. Bueno… tal vez un cable sí. Pero no un cable como el que ha decidido engancharse en mi broca.

Tiro suavemente del extremo que sobresale por el agujerito de mi pared –aun a riesgo de sufrir una electrocución– para asegurarme de que no es simplemente un resto olvidado; un cachito abandonado por accidente entre dos tabiques de escayola. Después, compruebo que funcionan todas las bombillas, focos, fluorescentes, diodos de mi casa. Los enchufes, interruptores, ladrones, regletas, conexiones, terminales, empalmes, prolongadores, clavijas. Que siguen encendidos la lavadora, el frigorífico, el horno, la radio, la vitrocerámica, el aire acondicionado, el lavavajillas, el ordenador, la cafetera, el despertador, la impresora. El teléfono, el módem, la calefacción. El telefonillo del portero automático, el timbre.

Si el cable cortado no ha afectado al funcionamiento de ninguna de las instalaciones eléctricas de mi casa… ¿habré dejado sin luz al vecino?

Después de pasarme por el piso de al lado para asegurarme de que todo sigue en orden, subo a cerciorarme de que el vecino de arriba tampoco ha sufrido las consecuencias de la intrusión de mi osada broca exploradora en los emparedados misterios del edificio. Nada. La corriente alterna continúa circulando por todos los circuitos del inmueble… excepto por el cable que ahora asoma por el hoyito de mi pared.

En vista de que –aparentemente– no he causado ningún desaguisado, vuelvo a introducir el cable por el agujero, lo ocluyo con un taco, una alcayata, un cáncamo del que cuelga un cuadro. Aquí no ha pasado nada.

Sin embargo, estoy segura de que ese cable cortado impide que llegue la corriente eléctrica necesaria para el funcionamiento de algún aparato. Algo ha dejado –ha tenido que dejar– de funcionar. El ascensor, el interruptor que abre el portal, la puerta del garaje, el extractor del bar que hay en los bajos del edificio. Quizás la farola de la esquina, la luz verde del semáforo de mi calle, el reloj de la iglesia. El foco que ilumina la fachada del Ayuntamiento, el alumbrado de la próxima Navidad en la calle Mayor. La megafonía de la estación de ferrocarril, la línea dos de metro entre las estaciones de Ópera y Banco de España. Tal vez el radar del kilómetro 33 de la carretera de La Coruña, el faro de Torredambarra, la apertura automática de las puertas de El Corte Inglés de Sevilla, la alarma de incendios del colegio público Victoria Kent. El ascensor de la Tour Eiffel, el marcador del visiting team del estadio del Manchester United. El marcapasos de Lech Wałęsa. La draga de succión del Canal de Suez, el micrófono ante el que dará su próximo mitin Barack Obama, el circuito cerrado de televisión de la 中国中央电视台 (Zhōngguó Zhōngyāng Diànshìtái). La antena parabólica del observatorio de Arecibo en Puerto Rico, la línea telefónica interna del Kremlin, el satélite artificial ECHOSTAR 10.

El movimiento de rotación de la tierra.

Tu corazón.
 

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